

La Ley Nacional N° 26.657 reconoce a la Salud Mental como “un proceso determinado por componentes históricos, socio-económicos, culturales, biológicos y psicológicos”. Se trata, entonces, de algo dinámico y multicausal que cambia. No hay garantías de un “para siempre”. Y la ley alude a su “preservación y mejoramiento” a partir de una “dinámica de construcción social vinculada a la concreción de los derechos humanos y sociales de toda persona”. Señala también un aspecto esencial que tiene estatuto de DDHH: “se debe partir de la presunción de capacidad de todas las personas”.
La Salud Mental, por tanto, como un “proceso” y una “construcción” que se da en el lazo con otros, y en la que inciden diversas variables.
Algunas cifras:
La demanda creciente en salud mental es un fenómeno global que se ha expandido en los últimos años y es reconocido en todo el mundo. Los grandes organismos internacionales especializados en la salud (OMS/OPS) alertan sobre ello, e invitan a tomar consciencia social presentándola como “la gran epidemia silenciosa”.
Según estudios e investigaciones científicas recientes, la crisis mundial de salud mental es una realidad innegable que está afectando a millones de personas. Ya lo advertía, allá por octubre del 2020, la Directora de la Organización Panamericana de la Salud Carissa F. Etienne: “Las enfermedades de salud mental constituyen una epidemia silenciosa que ha afectado a las Américas mucho antes que el COVID-19, con depresión y ansiedad como dos de las principales causas de discapacidad”.
Las condiciones generadas por la pandemia del COVID-19 han llevado a un aumento en el número de personas con nuevas condiciones de salud mental o que experimentan un empeoramiento de condiciones pre-existentes. Estrés, crisis de ansiedad, agotamiento y desconexión son cada vez más comunes y a edades más tempranas. El estigma, la exclusión social y la discriminación que rodean a las personas con algún padecimiento psíquico agravan la situación.
Según el Dr. Tedros Adhanom Ghebreyesus, las tasas de trastornos que ya son comunes, como la depresión y la ansiedad, aumentaron en un 25% durante el primer año de la pandemia, sumándose a los casi 1000 millones de personas que ya sufren algún trastorno mental. Al mismo tiempo, el director general de la OMS invitaba, en el citado informe, a ser conscientes de la fragilidad de los sistemas de salud que intentan atender las necesidades de las personas con trastornos mentales (“Informe mundial sobre salud mental” de la OMS, año 2022).
Según las cifras arrojadas, los trastornos mentales, neurológicos y por el consumo de sustancias representaban el 10% de la carga mundial de morbimortalidad y el 30% de las enfermedades no mortales.
Aproximadamente 1 de cada 8 individuos padecía un trastorno de salud mental, y alrededor de 1 de cada 5 niños, niñas y adolescentes era diagnosticado con un trastorno mental.
La Organización Mundial de la Salud señala que la esquizofrenia, que afecta aproximadamente a 1 de cada 200 adultos, es una de las principales preocupaciones, ya que en sus estados agudos es el más perjudicial de todos los trastornos mentales. Las personas que padecen esquizofrenia u otros trastornos mentales graves fallecen, en promedio, entre 10 y 20 años antes que la población general, a menudo por enfermedades físicas prevenibles.
Respecto al suicidio, los estudios revelaron que una persona se suicida en el mundo cada 40 segundos aproximadamente, y cada año más de 720.000 personas fallecen por autodeterminación, siendo la tercera causa de defunción entre las personas de 15 a 29 años. Afecta a personas y a sus familias en todos los países y contextos, y a todas las edades. A nivel mundial, puede haber 20 intentos de suicidio por cada fallecimiento y, sin embargo, el suicidio representa más de 1 de cada 100 fallecimientos. Es una de las principales causas de muerte entre los jóvenes, y el 73% ocurren en países de ingresos bajos y medianos.
Inversión en Salud Mental:
A pesar de estas cifras alarmantes, el gasto en servicios de Salud Mental representaba en el año 2020 un 2,8% del gasto total destinado en salud en general. En países de bajos ingresos el presupuesto asignado a salud representaba el 0,5% del presupuesto general de salud, mientras que en los países de altos ingresos este porcentaje ascendía a 5,1%, lo cual muestra una amplia diferencia que incide directamente en la calidad de atención que se brinda.
Según archivos consultados, en la Región de las Américas el gasto en los servicios de salud mental rondaba entre el 0,2% y el 8,6%, mientras que el gasto promedio era del 2,0% a pesar de que el 19% del total de años de vida ajustados en función por la discapacidad (AVAD) se asociaba con trastornos mentales, neurológicos, por el uso de sustancias y el suicidio.
Dicho artículo destacaba también que en la Región de las Américas el 60% del presupuesto asignado a Salud Mental era destinado a hospitales psiquiátricos en lugar de servicios basados en la comunidad.
En general, las consecuencias económicas de los trastornos mentales son enormes, como bien señalan los archivos de consulta en la materia, y las pérdidas de productividad y otros costos indirectos para la sociedad suelen superar con creces los costos de la atención de salud.
Desafíos en el por-venir:
Estamos transitando una crisis de salud mental a una escala nunca antes vista categorizada como “la otra gran pandemia”, y que de “silenciosa” parece ya no quedarle nada. Y no es un problema de pocos, sino que nos afecta a todos, directa e indirectamente, individual y colectivamente. Es un hecho que tiene contundencia real, concreta, en los cuerpos, las subjetividades, los grupos, las comunidades.
Este día tan especial nos invita a ser protagonistas y agentes multiplicadores de mensajes en defensa de la salud mental colectiva.
Trabajar activamente en la construcción de lazos más amorosos con el otro. Generar propuestas que inviten a la reflexión colectiva.
Aunar esfuerzos en pos de mejorar el acceso a los servicios de salud mental.
Poder habilitar y sostener espacios de escucha, de cuidado mutuo.
Erigirnos como agentes anti-segregativos, con miradas inclusivas que no estigmaticen y excluyan la diferencia. Poder alojar sin juzgar.
Escuchar antes de hablar. Regalar tiempo. Intervenir con Respeto.
La apuesta es ética y política: hacer lugar a la palabra y proteger la singularidad como “bien más preciado”.
Por Florencia Tesone - Lic. en Psicología
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